En los últimos años mucho se ha escrito y comentado sobre lo que el común denomina “está cargado de energía positiva” que en las personas no es otra cosa que ser optimista, entusiasta, con confianza en si mismo, con valores éticos, con propósito de vida definido, alegre, con pasión por lo que hace y en actuar forma continua apuntando a crecer.

Los individuos que así son normalmente derrochan un halo cargado de energía positiva que inspira confianza, atrae, contamina favorablemente y motiva. Son seres que se concentran en obtener aquello que quieren y muy poco se quejan, porque están convencidos que cuando uno vive quejándose, termina teniendo muchas más cosas por las cuales quejarse. Son seres que siempre tratan de convertir las crisis en oportunidades. Que caminan alegres a lo largo de su existencia.

Cada uno de nosotros conduce el tren de nuestra propia vida. La energía que ponemos en ese trayecto depende de nosotros mismos. No de otros. Depende de lo que hacemos y de los medios que ponemos para lograrlo. Por ello debemos tener muy claro que en nuestras vidas es mucho más importante hacer cosas, que estar permanentemente enfrentándonos a conflictos, apagando incendios cual bomberos, en muchos de los casos por falta de adecuada planificación.

Demonos la oportunidad de desarrollar a plenitud nuestros talentos. De descubrir cuales son nuestras verdaderas fortalezas. Desechemos los pensamientos negativos que tienden a corroernos y apuntemos en nuestras áreas de trabajo a ser lideres efectivos con capacidad para aprender; para aportar; para crecer y para estimular a que otros crezcan.

Si nos acostumbramos a vivir con actitud positiva, estaremos construyendo barreras contra el pesimismo, neutralizadoras de depresión. Y esto sin duda alguna repercutirá favorablemente en nosotros mismos; en nuestras organizaciones de trabajo; en la colectividad y en nuestra propia familia. De cada uno de nosotros depende. Y si ocupamos cargos gerenciales y queremos ser exitosos, es imprescindible que estemos cargados de energía positiva.

Por Rafael Peña Álvarez