En nuestro anterior artículo hablamos de “emprender cuando parece imposible”, refiriéndonos a las condiciones extremas que hoy ofrece la economía venezolana. Les invitábamos a mirarse a sí mismos y al entorno con ojos nuevos y desprejuiciados, como única forma de descubrir las posibilidades ocultas de prosperar en tan dura realidad. Difícil, pero no imposible.

Conocimos hace poco la historia de una pareja de profesores universitarios radicados en Mérida, ambos jubilados, que ofrece pistas importantes al respecto. Dos personas con una vida entera dedicada a la academia y a la investigación científica. Gente, en síntesis, con poca o ninguna orientación al mundo de los negocios.

Hace años, para disfrute propio, instalaron un comedero para colibrís, es decir un dispensador de agua azucarada donde estas aves liban a placer. Así podían observarlas y fotografiarlas. Tanto les gustó el resultado que, poco a poco, fueron colocando otros muchos comederos hasta convertir su jardín en un verdadero espectáculo ornitológico. Seleccionando las mejores fotografías, editaron unos hermosos calendarios. Un emprendimiento hecho igualmente sin ninguna intención pecuniaria, y cuyo rendimiento monetario apenas alcanzaba para financiar la impresión del año siguiente.

La crisis parecía no llegar hasta su hermoso jardín, pero inevitablemente se hizo sentir. Para mantener activos los comederos, se requerían unos 15 kilogramos mensuales de azúcar. ¡15 kilos de muy escasa y cada vez más costosa azúcar! Un gasto que, con sus depauperados ingresos, ya no se podían permitir.

¿Qué hacer? La opción más obvia era eliminar los comederos. Siendo como son biólogos y ecólogos de profesión, sabían que al hacerlo ocasionarían un daño mortal a la población de aves que, gracias a su constante suministro de alimento, se había multiplicado en gran magnitud. Todo ello sin contar la tristeza de acabar con aquello que durante tanto tiempo les proporcionó tantas satisfacciones.

No… esa no podía ser la solución. Fue así como las circunstancias les obligaron a ver a los colibrís de una nueva manera. Los pajaritos, de una forma u otra, tenían que colaborar en su sustento. La respuesta estaba frente a sus ojos, en los turistas que constantemente pasan en sus vehículos por la puerta de la casa. Un tímido cartel invitando a observar los colibrís fue el punto de partida. La respuesta fue cada vez más positiva y, junto a lo pagado por mirar y fotografías a las aves, se fueron sumando otros ingresos por la venta a los mismos visitantes de unas deliciosas galletas caseras. Lo suficiente, al menos, para costear el azúcar.

Comenzó entonces a trabajar el “boca a boca” y un buen día recibieron la solicitud de un fotógrafo extranjero interesado en instalarse durante varios días frente a los comederos. Repararon entonces en otro recurso disponible y ocioso: su propia casa, cómoda y con espacio de sobra para recibir a cualquier huésped. Así las cosas, los colibríes andinos produjeron sus primeras divisas. La experiencia se repitió con otros fotógrafos y, finalmente, el dinero empezó a alcanzar para mucho más que el azúcar. Por ejemplo, para invertir en el acondicionamiento del jardín, para mejorar la atención a los visitantes y, oh sorpresa, para recibir las primeras ganancias

Moralejas:

  • Ante la crisis, no nos quedemos en el inventario de daños. Enfoquémonos en los que queda en pie y en cómo aprovecharlo.
  •  Con todo y lo sufrido, el país ofrece aún recursos y atractivos que pueden ser muy poderosos.
  • En medio de la actual tormenta, cualquier nueva actividad capaz de convertir el valor local en divisas, marcará la diferencia.
  • La necesidad obra milagros y todo lo cambia, incluso la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nunca es tarde para convertirnos en emprendedores.