En la vida normalmente se te ofrecen dos opciones: ejecutar o excusarte por no haberlo hecho. En la práctica como ejecutivo fracasas en proporción directa a la tendencia que tengas de valerte de excusas que son socialmente aceptadas. Cuando así lo haces dejas de analizar las verdaderas causas del fracaso. Dejas de convertirlo en experiencia para no volverlo a repetir.

    Y esa experticia que se va acumulando a lo largo del tiempo es lo que al gerente le da la madurez emocional requerida para que no se sienta obligado a proyectar la imagen de alguien que sabe de todo.

Aquellos que proyectan imagen de sabelotodo (sin serlo) pronto pierden credibilidad. Los que por el contrario, son emocionalmente maduros y equilibrados, dirigen con el ejemplo, tienen claro hacia donde deben ir sus equipos y les proporcionan los medios para que puedan lograr sus objetivos.

    Un buen gerente se mide no solo por lo que hace. También por lo que su equipo puede realizar sin que él esté. Y eso se logra trasmitiendo en forma clara la visión y motivando permanentemente a los equipos de trabajo entendiendo las presiones a las cuales normalmente están sometidos, de forma tal de poder darles el apoyo adecuado y necesario. Cuando los equipos maduran logran niveles de desempeño por encima del promedio.

    De allí la importancia de actuar. Actuar con objetivos claros, con ética en el desempeño, tratando que todos crezcan profesionalmente de forma tal que día a se disponga de personal cada vez más competente, más motivado y más comprometido.

Econ. Rafael Peña Álvarez