Al igual que en medicina, en el ámbito empresarial un buen diagnóstico es solo la mitad de la solución a nuestros problemas. El tratamiento, es decir la estrategia, es lógicamente el paso siguiente y necesario. De la calidad del primero depende en mucho la eficacia de la segunda.
No es fácil. La herramienta por excelencia, es decir la identificación de Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades (DAFO), a menudo se aplica sin la rigurosidad necesaria. El optimismo sin bases al valorar nuestros puntos fuertes, tanto como la subestimación de las carencias o incapacidades, son pecados comunes cuando no se entiende que la materia prima del análisis son datos y cifras confiables sobre la realidad de la empresa. Si el análisis DAFO se fundamenta en nuestros deseos y temores, disfrazados de hechos y posibilidades reales, cometemos un auto-engaño que es la fórmula perfecta del desastre.
Cierta frivolidad y la idea de que “hay que tener el DAFO”, llevan incluso al absurdo de realizarlo como una camisa a la medida de decisiones, estrategias o planes que ya están en ejecución. Créanlo o no, esas cosas pasan. Pero, incluso con un DAFO correctamente desarrollado, hay que advertir la tendencia a convertirlo en un fin en sí mismo, a sobrevalorarlo, olvidando que es una herramienta de trabajo que intenta fotografiar la realidad en un momento determinado. Y la realidad, cada vez más, tiene la pésima costumbre de cambiar constantemente.
Lo más importante: el DAFO encontrará su sentido si lo utilizamos como insumo fundamental de una completa planificación estratégica. Para atravesar este puente, que nos lleve del pensamiento a la acción, son igualmente útiles herramientas como el denominado análisis CAME (Corregir, Afrontar, Mantener y Explotar), que permiten trazar las grandes líneas estratégicas. Del CAME nos ocuparemos en nuestro artículo de la próxima semana…