Todos coinciden en que la inflación actúa como un impuesto general e ilimitado, metiéndonos a todos la mano en el bolsillo. Para las empresas, su efecto puede ser devastador. Cuando el valor del dinero se torna imprevisible, no hay contabilidad, presupuesto, planificación o estrategia que salga indemne. Surfear con éxito la ola inflacionaria –o al menos sin sufrir una caída estrepitosa- requiere un esfuerzo excepcional. Aquí algunas tareas clave:

Hay que meterle lupa a los costos fijos, eliminando todo lo prescindible, y estudiar a fondo los procesos en busca de la máxima simplificación y, donde convenga, de la tercerización.

La inflación es  amiga de los deudores.  En consecuencia, en tiempos de inflación todos juegan a cobrar rápido y a pagar tarde. Nos toca, pues, afinar nuestros procesos de cobranza y valorar  cualquier lapso extra de crédito para efectuar nuestros pagos. Es además el momento de estudiar al detalle las opciones de financiamiento y el destino que demos a los recursos obtenidos por esa vía. Endeudarse para invertir en activos o en stock puede ser una manera inteligente de ahorrar y, así, crear trincheras para darle batalla a la inflación. Mucho dinero en las cuentas bancarias, por el contrario, es la peor idea cuando los intereses van muy por detrás del ritmo inflacionario.

Tampoco hay que dormirse en materia de proveedores. Típicamente, en entornos inflacionarios tienden a producirse fuertes disparidades en los precios. Es la hora de salir a cazar ofertas y a negociar con la dureza que amerita la situación.

Pero todo pasa… también la inflación. Hagamos el mayor esfuerzo posible para que,  cuando pase la crisis, nuestra empresa se encuentre en condiciones de aprovechar nuevas oportunidades. Tratemos de conservar nuestro mejor recurso humano e invirtamos lo posible en áreas clave como capacitación, tecnología e incluso publicidad.