Si usted es de los que siempre está pensando que “el dinero no hace la felicidad… pero ayuda mucho”, y dedica toda su energía mental a conseguirlo en la mayor cantidad y en el menor tiempo posible, quizás no esté preparado para convertirse en un empresario exitoso.  Todos los estudios sobre la psicología de los emprendedores indican que, en el contexto de sus motivaciones, el dinero no está necesariamente en el primer lugar.

Más que ansia de dinero, en los casos de éxito predomina otro tipo de deseos: de independencia, de libertad, de orgullo, de crecimiento personal, de reconocimiento social y familiar, y hasta de trascendencia. La mera búsqueda de dinero, por lo general, no es un combustible suficientemente efectivo para echar a andar la pasión, la perseverancia, la tolerancia a la frustración y otras tantas cualidades que son comunes en los emprendimientos triunfadores.

Esto nos conduce a desmentir el antiguo estereotipo del empresario avaro y egoísta, concentrado en contar monedas y en exprimir el esfuerzo de sus trabajadores. Cuando las  motivaciones del emprendedor van mucho más allá de la rentabilidad a toda costa, se ponen en juego otros atributos y características de personalidad: pasión y orgullo por las cosas bien hechas -lo que incluye la calidad de producto y servicio-, amplias habilidades de comunicación interpersonal y de negociación, capacidad para soportar fracasos y obstáculos sin perder de vista la meta final, empatía para ponerse en los zapatos de los clientes y entender sus necesidades, sentido ético como base del prestigio y la confiabilidad, voluntad de compartir los beneficios del éxito con los colaboradores y una  clara comprensión de la importancia de trabajar en equipo.

En última instancia, y eso lo sabe bien todo buen empresario, el mayor acicate para echar adelante una idea de negocio es el deseo de hacer realidad un sueño.