Uno de los “pecados originales” de muchas pequeñas empresas –y de muchas no tan pequeñas- es la tendencia a solapar o mezclar las finanzas personales o familiares del emprendedor con las del propio negocio. A menudo es una es la fórmula perfecta del fracaso.

Para empezar, lo ideal es que por más pequeño que sea tu negocio tengas la capacidad de elaborar y cumplir un presupuesto, lo que supone un mecanismo transparente para visualizar, día por día, el dinero que entra y sale de tu empresa.

Dos tentaciones probablemente surjan en el camino: la de auxiliar financieramente a tu empresa en gastos no productivos o la de echar mano de ella para solventar problemas financieros personales. Las dos son altamente peligrosas.

La pasión y el ansia de éxito, a menudo conduce a este tipo de desviaciones. De allí que uno de los primeros consejos a los emprendedores sea el de valorar su tiempo y sus recursos en general, estableciendo de arrancada un salario razonable para sí mismos como uno más de los egresos indispensables.

Otro tanto cabe decir en relación a las necesidades financieras: todo aporte personal o familiar debería contemplarse como una inversión o un préstamo, evaluando con honestidad la capacidad del negocio para responder con los retornos o pagos correspondientes.  En cualquier caso, el financiamiento personal a tu empresa puede ser el más accesible, pero no necesariamente el más conveniente. Vale la pena tomarse el trabajo de evaluar todas las demás opciones.

El mejor consejo es formalizar y profesionalizar las finanzas de tu negocio que, por supuesto, debe contar con sus propias cuentas, registros, tarjetas y demás instrumentos financieros. Si se borra la frontera entre tus cuentas personales y las de la empresa, corres el doble riesgo de acabar perdiendo tu patrimonio familiar y todo lo invertido en tu proyecto empresarial.